Sin duda un tema espinoso en esto de la nutrición y que genera mayor cantidad de preguntas al respecto es el de si la leche animal es mala. Se ha dicho de todo de ella, que si aumenta el % de grasa corporal, que si los humanos son los únicos seres vivos que la toman tras el amamantamiento, que no son recomendados para la curación adecuada de determinadas patologías, que producen inflamación… vale, eso está muy bien pero vamos a apoyarnos un poco en la ciencia. ¿Y qué dice la ciencia al respecto?. Primero de nada vamos a aclarar un concepto: no se puede sacar una conclusión sobre un alimento en base a un estudio en concreto, por muy bien hecho que esté. A veces, ni siquiera las propias revisiones son suficientes, pero tener en consideración un grupo amplio de estudios es mucho mejor que considerarlos por separado. Es ahí cuando podemos ver los puntos fuertes y débiles de unos estudios respecto a otros, ver qué se podría mejorar y otros aspectos que no me voy a parar a detallar.
En el caso de los lácteos y sus subproductos (yogur, kéfir, etc…) me he encontrado con una revisión de artículos de Bordoni et al., 2015 (la cual podéis leer haciendo click en el hipertexto del nombre) muy interesante sobre el efecto inflamatorio de los mismos. En este estudio se tuvieron en cuenta 52 investigaciones de tipo ensayo clínico, provenientes tanto de instituciones públicas como privadas (para que luego no se diga que habían intereses espurios detrás) que reflejan un abanico de características diferentes. Esta revisión agrupa los resultados de las mismas según el estado del paciente (sano, con desórdenes metabólicos (obesidad, diabetes), con desórdenes gastrointestinales de tipo no alérgico, con hipersensibilidad a los productos lácteos pero sin intolerancia a la lactosa y otras enfermedades (entre las que se incluyen enfermedades de las articulaciones)); según el contenido graso de los productos (alto o bajo en grasa) o si los productos son fermentados o no. Hay otra serie de categorías, pero principalmente nos interesan estas por su relevancia.
Esta revisión en concreto incluye un modelo de puntuación muy interesante para los estudios analizados en función de su relevancia, siendo el valor absoluto máximo 11, indicando que tiene relevancia clínica respecto al proceso inflamatorio. He dicho valor absoluto puesto que, bajo las directrices de este sistema, si el número es positivo (+) se verifica una actividad antiinflamatoria, mientras que si es negativo (–) se verifica una actividad proinflamatoria. Un ejemplo de este sistema de puntuación lo tenéis si pincháis en la pestaña «Supplemental» del artículo arriba expuesto o en este enlace.
Los resultados de la revisión son doblemente interesantes:
-Por un lado, en los estudios que incluían individuos sanos o con desórdenes metabólicos se evidenciaba una actividad antiinflamatoria muy significativa estadísticamente.
-En los individuos con hipersensibilidad la tendencia era significativamente proinflamatoria.
-En el caso de personas con desórdenes gastrointestinales esta tendencia era también proinflamatoria pero muy leve, por lo que no era significativa (lo cual no quiere decir que no lo tengamos en cuenta, pero que no está del todo claro el efecto de los lácteos).
-En el cuarto grupo, el de «otras enfermedades», el valor de puntuación inflamatorio no era distinto de 0, por lo que no se evidenciaba acción alguna pro o antiinflamatoria. Esto significa, entre otras cosas, que en el caso de enfermedades de las articulaciones o lesiones puntuales no habría por qué dejar de tomar lácteos.
La conclusión más clara es que los lácteos tienen una actividad general antiinflamatoria salvo en casos de personas alérgicas a las proteínas de los productos lácteos, en cuyo caso parece que existe una actividad proinflamatoria estadísticamente significativa (y que, además si pensamos un poco resulta lógica). Buscando entre categorías también encontramos que los productos fermentados tienen una actividad antiinflamatoria más poderosa y que la actividad antiinflamatoria permanecía inalterada independientemente de si se trataba de productos altos o bajos en grasa.
¿Por qué hago este artículo?. Porque quiero que la gente se empiece a dar cuenta de que los lácteos no son alimentos que se deben prohibir. No al menos sin una razón convincente y todavía no existe consenso científico serio sobre los efectos sobre la inflamación de los mismos. De hecho aún se están empezando a conocer los mecanismos propios de la inflamación, por lo que quizás algo que pensamos que es proinflamatorio pueda no serlo en determinadas circunstancias y viceversa. Me ha gustado este artículo porque uno de los criterios que tiene en cuenta para desgranar los estudios es que tiene en cuenta para la puntuación la inclusión de no sólo uno sino varios biomarcadores de la inflamación a la vez (o al menos los que se piensa que podrían tener relación, ya que la autoridad competente todavía no ha decidido con exactitud qué elementos se deben de medir para definir un estado inflamatorio).
Un problema que se deriva de la no toma de lácteos es la intolerancia adquirida a la lactosa. Los europeos expresamos en mucha más cantidad que otras poblaciones del mundo una enzima que se llama lactasa que interviene en la degradación de la lactosa. Tiene la particularidad de que si no consumimos lactosa durante algún tiempo pierde su actividad, deja de expresarse y por tanto nos hacemos intolerantes a la lactosa. Tal como les pasa a los asiáticos. Todo esto es fruto, quizás, de un mal consejo o una falta de información por parte del consumidor, pero dar la razón a alguien al cabo de un tiempo porque ya no toleramos los lácteos en el fondo es exclusivamente culpa nuestra, porque nos habremos cargado a la lactasa. Incluso con una deficiencia innata de lactasa, las leches y productos lácteos sin lactosa están ahí para que podamos echar mano de los nutrientes que tiene la leche.
Por la vitamina D, la buena relación calcio-fósforo, su contenido en proteínas de alto valor biológico, y la capacidad para modular la flora bacteriana intestinal recomiendo encarecidamente no dejar de tomar lácteos porque sí. Al menos, que sea porque hay una patología seria detrás. Porque son más los beneficios que los contras. Y en menor medida pero no menos importante, la leche contiene unas partículas llamadas caseomorfinas que como indica su nombre tienen propiedades sedantes. ¿No has habéis preguntado nunca por qué tomamos leche antes de irnos a dormir?.
¿Queréis más?. Recientemente un estudio publicado en Nutrition Reviews de Moreno et al., 2015 (podéis leerla haciendo click), publicada por la Oxford University Press, lanzaba al aire la premisa de que el consumo elevado de leche y yogur promovía una menor grasa corporal, una disminución del riesgo cardiovascular y mejoras en el sistema cardiorrespiratorio. Aunque esto bien puede ser debido a los cambios en la flora bacteriana, cuestión que trataré en otro artículo distinto. Y lo bueno de esto es que lo afirmaban con ensayos clínicos aleatorizados. De 5 ensayos, 4 no mostraron efecto y 1 mostró la relación inversa estadísticamente significativa. Que no haya un sólo ensayo en contra es bastante positivo. Claro que, aún queda mucho, mucho trabajo y gran cantidad de estudios por hacer para afirmar esto último. Pero es un paso.
Espero que os haya gustado la entrada. Para mí es algo complicado explicar una revisión o artículo científico de forma sencilla, pero también quiero que estéis informados de lo último.
Sin más que decir me despido. Que paséis un buen día queridos lectores.
«Milk Drop» by Chris Pelliccione is licensed under CC BY-ND 2.0