Es normal que en los tiempos que corren hoy por hoy las personas indaguen sobre mejorar su salud física y su bienestar en Internet y redes sociales.
Concretamente como profesional me preocupa el auge del volcado en la red de ciertos mensajes que pueden resultar dañinos para el usuario sin este saberlo.
En concreto me voy a referir a los mensajes en nutrición y, si bien pueden provenir de personas formadas por un alma máter adecuada (grados universitarios en NHyD y ciclos superiores de dietética) en muchos otros no sucede así (blogueros, ingenieros hablando de dietas, asistentes a cursos de nutrición online no profesionalizantes, coaches…).
Quiero decir, parece que la población de manera natural quiere saber sobre nutrición humana, comprender el cuerpo humano y mejorar su entorno más cercano.
Y eso está bien, porque significa que se está creando una consciencia social más fuerte que antes respecto al estilo de vida y la alimentación.
Pero una cosa es querer saber y otra querer educar, aleccionar o creer saber sobre nutrición sin ser dietista-nutricionista (o técnico superior).
Si vosotros, público, tuvierais una hemorragia estomacal bastante seria, estoy seguro que iríais antes a vuestro médico más cercano que a que el curandero de turno os pusiera unas cataplasmas o al online-doctor de la página más insegura de la red, ¿verdad que sí?.
Pues en nutrición pasa lo mismo y todo tiene sus consecuencias, sobre todo al hablar de temas que no tienen un consenso claro o aún están bajo investigación.
Estos son algunos de los temas que surgen cada cierto tiempo y se repiten cíclicamente hasta el cansancio:
- Dieta alta en grasas vs dieta alta en carbohidratos (adicionalmente puede ir asociada a un problema de salud como la diabetes)
- Efectos del ayuno en personas de todo tipo
- Algún alimento concreto y cáncer
- Problemas nutricionales en grupos que llevan una alimentación determinada
- Suplementar tal nutriente es muy bueno en tal enfermedad o situación.
Entre otros.
Estos estudios, aunque a priori puedan parecer fiables (un hombre es inocente hasta que se demuestre lo contrario) pueden esconder una realidad muy distinta, una realidad que pueda incluso invalidar dichos estudios.
Hablamos entonces de los llamados “factores de confusión”, aquellos determinantes presentes en la construcción del diseño experimental del estudio que alteran el resultado final (lo “confunden”).
Entre otros está, por ejemplo, no preguntar sobre hábitos de vida y ejercicio físico previamente a entender el efecto de una dieta concreta o bien no tener un cuestionario validado de consumo y frecuencia de alimentos (y entonces nos encontraremos con datos que no son incluidos o nunca se han llegado a dar).
Esto puede alterar MUCHÍSIMO el resultado de un estudio, y podemos llegar a considerar positiva una dieta rica en Nocilla si los sujetos entrenan 8 horas al día cuando a todas luces este hábito es perjudicial.
Al margen de esto, otro error muy común es no contar con una muestra de población suficiente que justifique las afirmaciones que se vierten por parte del investigador/ divulgador.
No son pocos los estudios sobre ayuno que se ven de 8 personas. Y en concreto he llegado a ver alguno que en vez de escoger aleatoriamente a los sujetos ya los selecciona de modo que realicen ayunos (lo cual le resta valor estadístico una vez más) o unos sean deportistas y otros no pero sin separar por categorías, todos al montón (EA!).
Finalmente están el sesgo ideológico y el conflicto de intereses. El primero viene siendo que si voy divulgando por ahí que las vacas sufren al mugirlas y elaboro un estudio sobre calidad de la leche, hay una alta probabilidad de que vaya a hablar mal de la leche para que se deje de mugir a las vacas.
En cambio, el segundo es si directamente me paga una empresa de refrescos azucarados para hacer un estudio sobre el azúcar y su interpretación para la salud humana y curiosamente me sale todo positivo para este tema.
No siempre los sesgos ideológicos y los conflictos de intereses tienen por qué influir, y puede haber colaboraciones muy fructíferas que ayuden a comprender ciertas vertientes de la alimentación humana, pero se tiene que CONTRASTAR siempre lo que se escribe y elabora con la literatura existente y segur unas metodologías correctas, sin mentir.
A priori, nos fiaremos siempre más de estudios que no tengan estos sesgos o conflictos y que no escatimen en el debate.
En cuanto al propio diseño del estudio, los hay realizados en entornos controlados y con la muestra de sujetos dividida aleatoriamente (Ensayos Clínicos o “Trials”) y los hay que son poblacionales y donde prima la observación de unos determinados hechos.
En este caso, los Trials suelen ser la mejor opción, siempre teniendo en cuenta lo anterior y los observacionales suelen tener sus “peros”.
Esto es, si yo por ejemplo analizo la incidencia de diabetes y el consumo de carne pero no pregunto todo lo que tengo que preguntar, no escojo bien a la población objetivo o no lo homogeinizo como debo, igual llego a asociar que la carne causa diabetes y no ser así.
También existen las revisiones sistemáticas sobre un tema en concreto (presentación resumida de resultados de diversos estudios en uno sólo) o meta-análisis de los mismos (elaboración que usa métodos estadísticos para combinar los resultados de dos o más estudios), que al ser recopilaciones de estudios al respecto pueden tener más fuerza que un estudio aislado (recordemos de nuevo la importancia de una buena metodología y selección de los estudios).
Y todo esto sin meternos en fregados de análisis estadístico, que hay modelos de análisis más apropiados para una cosa u otra y eso sería rizar el rizo.
Como se ve, se debe de tener mucho cuidado con lo que se lee. Pero es tendencia humana querer ir a contracorriente y romper las normas.
Está de moda decir “la educación universitaria no vale un duro”, “hay que actualizarse”, “las vacunas causan muerte y todo tipo de reacciones adversas” o “desconfía de los médicos, que están pagados por farmacéuticas”.
Todo esto en base a evidencia ninguna; en muchos casos el modus operandi es odio al sistema por trauma previo (educación universitaria), querer lucrarse al margen de la verdad (movimiento antivacunas y herboristas charlatanes, cursos de nutrición no profesionalizantes para profesionales y no profesionales a la vez escondiendo la no habilitación) o simplemente, la motivación final es por tener alma de troll, como se conoce en Internet a aquellos que sólo quieren causar caos y polémica.
Porque, por ejemplo, la persona que te recomienda sus cursos hizo el grado universitario anteriormente y sabe lo que sabe gracias al mismo. O que existe gente sin vacunar que puede sobrevivir gracias al entorno inmunizado que generan las vacunas al actuar en el resto de la población.
Vivimos en mundo que se publican estudios en redes sociales según lo rompedores que sean con lo que se viene haciendo hasta el momento para conseguir el ”me gusta” fácil, el “retweet” y otras tantas cosas que liberan dopamina a corto plazo (y engrosan el bolsillo del que publica normalmente).
Pero que a la larga pueden resultar perjudiciales, sobre todo si el público que lee ese estudio se cree a pies juntillas lo que pone, a menudo quedándose sólo con el resumen (Abstract) o con las conclusiones del mismo (que como hemos comentado pueden ser una basura).
Auténticos expertos en salud pública están saliendo de las redes sociales, y muchas veces ni siquiera están formados para ello o saben lo que implica redactar un estudio científico. Esto me preocupa.
Tomando por ejemplo una dieta típica, no todas las personas responden de la misma manera. Si tú vendes que una dieta alta en grasas ayuda a adelgazar más rápido, la gente de seguro querrá hacer esa dieta.
Y te estás olvidando de las adaptaciones metabólicas que hay detrás, del estrés que le puedes producir a la persona (unido al que le genera su vida diaria y su trabajo), de que algunas personas tienden a acumular esas grasa más fácilmente que otras, del aliento fétido en cetosis, de la sensación de fatiga, de la toxicidad por vitaminas liposolubles (cuyo vehiculo a la hora de su absorción es la grasa alimentaria)…
En fin, muchas cosas que no se miran. No todo es el peso o el % de masa grasa. Y por eso, existimos los DIETISTAS-NUTRICIONISTAS.
Para hacernos responsables de todo esto (os reto a ir a pedirle responsabilidades a un tuitero a posteriori, ya veréis lo que tarda en cerrar la cuenta e irse a Cancún).
Ahora bien, si sabemos que cada alimento tiene unas cosas buenas y otros otras (fibra en fruta, minerales en frutos secos…) por qué nos quedamos con cosas tan vacías como el contenido en un macronutriente en concreto?.
He llegado ver a gente decir que es bueno que la población siga una dieta alta en grasas a base de bacon. Sí, BACON, como lo oyes. BACON FRITO. Porque aseguraban bajar más rápido de peso.
¿Y los hidrocarburos aromáticos policíclicos de la fritura?, ¿y los deshechos de la carne que quedan en el conducto intestinal?, ¿y el estreñimiento?, ¿y la falta de vitaminas del grupo B?, ¿y la deshidratación?, ¿y el exceso de proteína animal?, ¿y los triglicéridos sanguíneos?. Por supuesto, nada de esto nos tendría que preocupar en una alimentación saludable y equilibrada, pero aquí se daría el caso, desde luego.
El culto al bacon frito, en su máximo «esplendior»
Todo esto es una locura que espero que pare pronto, porque es ridículo lo que se está viendo bajo el paraguas de estar “divulgando ciencia”.
¿Quién otorga el carné de divulgador a esta gente no preparada para ello, amantes del “like”?. ¿Quién vigila a los divulgadores?. ¿Cómo podemos evitar que viejos problemas que se creían solucionados resurjan (como el caso del niño que murió en Cataluña por difeteria)?.
Y, sobre todo, ¿por qué nos gusta tan poco el mensaje más cauto y con más evidencia?, ¿nos va la marcha o algo así?.
Espero os haya gustado mi artículo de opinión y sobre todo que os haya hecho reflexionar sobre aquello que leemos en redes sociales y no está razonado como se debería.
No es culpa vuestra, es culpa de aquel que expone sin saber. Leer bien un estudio científico es muy difícil y por eso hay paneles de expertos que llegan a conclusiones.
La ciencia y la salud avanzan, quizás más lenta de lo que nos gustaría, pero avanza, y debemos tener unos estándares de calidad de la educación y la información para no meter la pata y generar consecuencias que pueden ser fatales.
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