Una de las cuestiones que me rondan estos días donde las tendencias en nutrición alimentan una supuesta especialización profesional en distintos campos es la de la adherencia forzosa a una pauta en base a una creencia o confianza ciega en algo.
Ese algo puede tener una cierta base de lógica o científica o no tenerla. Uno de los principales motivos por los que alguien se atreve a seguir fielmente unas pautas es la identificación personal con esa pauta: por afinidad a un deporte, a un sexo, a una tradición…
Al igual que sucede con la religión, esta fe ciega en una pauta puede llevar al fanatismo y es ahí donde el profesional debería poner los puntos sobre las íes respecto a lo que se puede esperar en esa pauta. Explicando sus aciertos y limitaciones y sin dar explicaciones mágicas sobre el tratamiento (lo cual sucede con la estrategia del ayuno de forma frecuente).
Más allá de lo que en la práctica clínica se vea que “funciona” debemos entender que lo que para una persona funciona para otra no (y de ahí el problema de mandar mensajes generalizados más allá de los bien establecidos y con evidencia firme como el mayor consumo de frutas y verduras).
Factores de confusión
Así mismo también hay “ruido” de fondo o factores que hacen que no podamos identificar claramente que lo que funciona es lo que proponemos. Aunque lo que se suele hacer es venderlo como si funcionase, sin la certeza adecuada o debida.
Algunos de estos factores pueden ser:
- Tipo de dieta seguida (los vegetarianos por ejemplo suelen tener una mejor conciencia de los hábitos de vida y saludables)
- Cantidad de proteína total en la dieta
- Ejercicio físico y NEAT
- Consumo de alcohol y tabaco
- Hábitos sociales
- Estrés
- Situación socioeconómica
Por ello si proponemos una pauta con reglas un poco arbitrarias como la ventana de ayuno y perdemos peso, por ejemplo, se lo podemos atribuir al ayuno y a la autofagia supuesta aunque igual se pueda deber a que con el estómago vacío tenemos más tiempo para entrenar o que dejamos de comer bollería y entramos así en déficit calórico.
Pero el paciente seguramente entre en un bucle de creencias donde a un nivel religioso crea que eso es así y que “funciona”. Me recuerda a ratos a lo que pasó en su día con la homeopatía y el efecto placebo: explicaciones extraordinarias para un producto más que ordinario: agua con azúcar.
O por ejemplo podemos ver algo novedoso en suplementación específica para una situación dada que no sea necesaria dentro de un marco de alimentación saludable general. ¿De qué nos sirve suplementar vitamina E o reforzarla si los requerimientos mínimos se cumplen con crecer casi sin esfuerzo?. Pues nada más ni menos que márketing: la suplementación genera adherencia porque se ve como el camino “fácil” sin el engorro de aprender a comer
Esta visión suplementadora porque sí cae nuevamente en el nutricionismo y en la visión que todo son nutrientes quitando de lado la alimentación, el placer por comer, la gastronomía o las preferencias personales.
“Debemos hacer una investigación exhaustiva antes de dar por ciertas y aplicar ciertas terapias o tratamientos”
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Perspectiva de mejora para una adherencia ética
Como no sabemos qué riesgos puede haber detrás de una terapia novedosa, es mejor que actuemos con cautela. Es cierto que hay multitud de “especializaciones” y aparente backup de estudios al respecto pero es que también existe la mala ciencia.
Y normalmente el conocimiento científico se tiende a sintetizar en guías clínicas o revisiones, más allá de estudios aislados. Creo que al final no es lo mismo correr un riesgo (también psicológico como los TCA fruto de una mala explicación) en un entorno controlado como un hospital que conduce un estudio que en consulta y eso lastra o lastrará cualquier beneficio observado.
Al final todo depende de cómo se expliquen las cosas y de ponerse al día. Pero de donde no hay no se puede sacar y aunque muchos compañeros de profesión vean “una herramienta más” por todos lados no debemos olvidar que para prevenir el engaño y ser fieles a nuestros principios sobre todo el famoso “primum non nocere” conviene:
- Valorar revisiones sistemáticas o metaanálisis de un tema concreto
- Recordar que aunque haya estudios estos pueden ser insuficientes o estar mal diseñados
- Buscar también estudios contrarios a lo que piensas y valorarlos
- Considerar que la aplicabilidad no va a liar al paciente en su búsqueda de una alimentación saludable
- Observar si el cambio que podríamos esperar de una pauta es relevante o no a nivel científico y clínico
- Recordar que donde no hay ciencia (y datos) es mejor esperar
Y sobre todo no ser rencorosos respecto al avance del estado del arte. Digo esto respecto a que si una persona es escéptica en un tema a menudo si la hipótesis contra la que argumenta se prueba cierta se le dice “te lo dije”, cuando no se podía saber en el momento. Y al contrario, si se prueba falsa lo que vemos es una recogida debajo de la manta y a otra cosa con humildad cero. O a un empecinamiento haciendo lo mismo en contra de la evidencia científica.
Conclusiones finales
Estos son algunos pensamientos que me vienen y que me hacen preguntarme por el futuro de la profesión, donde intentamos abarcar mucho y quizás en algunas cosas no se nos llegue a diferenciar de naturópatas, terapeutas pseudocientíficos o de los consejos que daría nuestra abuela sobre alimentación.
No intento desanimar a los profesionales a investigar o a aplicar terapias nuevas, solo a tener un poco de cabeciña con lo que se lee y a no magnificar o sobredimensionar algunos datos que tenemos, que pueden no ser suficientes por el momento.
¿Porque… tenemos pacientes que se adhieren al tratamiento o que “creen” en el tratamiento?. La mente humana puede desafiar condiciones increíbles por fe. Con creencia ciega se puede dejar de comer por días o autoconvencerse de que uno se encuentra bien estando mal.
Y al final, la explicación es la clave de qué pacientes queremos construir
Ricardo Estévez.
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